jueves, noviembre 01, 2007

SALAMANCA

Antes de que el crepúsculo comience a apoderarse de las cortas luces del invierno, antes de que la insolente niebla engulla todo con su halo ceniciento y frío, decido dar un paseo, quiero contemplar la magia que cada día ocurre en esta ciudad.
Me abrigo bien...es necesario ir bien equipado tanto a un partido de tenis como a la estepa siberiana, pero a pesar de mis precauciones la bofetada gélida de la estación en la cara es considerable. Sin embargo, es una bocanada de aire que despierta y activa, algo necesario para poder captar el hechizo que más adelante espero poder vivir.
Cruzo la calle y comienzo a subir dejando atrás la Casa Lys, esa vidriera colorida dueña de múltiples profesiones, algunas más antiguas que el propio edificio de hierro forjado y cristal, según dicen.
Me acerco al ahora imaginario arco que abastecía a la ciudad por el sur y miro hacia atrás, con la absoluta certeza de encontrar un último pero necesario respiro antes de que la vetusta ciudadela me engulla en su extraordinaria belleza, observando el puente que se extiende ante mi, que sin duda vivió tiempos de mayor ajetreo, pero nunca tan felices.
Giro a la izquierda al pasar por la antigua puerta, ahora inexistente pero aun palpable, y, como por arte de birlibirloque, los edificios comienzan a apelotonarse como sabedores de que para mantener la calidez hay que buscar el contacto físico. Aunque todos se muestran diferentes en cuanto a detalles que no pasan desapercibidos, balcones, puertas y ventanas a diferentes alturas en función de dueños, existe una igualdad en todos ellos, nadie sobra y nadie falta en un equilibrio sorprendente que se observa en toda la urbe.
Sigo subiendo, la calle Libreros se muestra ante mi como un empinado corredor lleno de la plástica belleza de esas calles ancianas pero llenas de encanto, aunque a ello contribuye la solemne presencia de la cúpula de broncíneo óxido de la Clerecía, que vigila desde las alturas desde tiempos ya olvidados el ir y venir de los estudiantes por el enlosado suelo. Me voy fijando en ellos recordando los tiempos en que era uno de su especie y sonrío pensando en las diferencias que veo, preguntándome al tiempo si yo sería como ellos. Hay cierta ironía en estas reflexiones, ya que el tiempo, bífido como una aspíd, hace que vea diferencias nímias y las exalte hasta llegar a conclusiones erróneas, como supongo que viejos estudiantes harían conmigo no hace demasiado tiempo...hay cosas que han cambiado, pero no demasiadas...cualquiera podría pensar que son los mismos, con casi las mismas preocupaciones y con los mismos quehaceres.
Cruzo por delante de la plaza de Fray Luis observando con curiosidad a los turistas extranjeros que se dejan las cervicales y los ojos tratando de encontrar un batracio diminuto y, perdiéndose en el intento casi obstinado de ser los primeros en divisarlo las miles de maravillas menos dificultosas para la vista y el cuello que ofrece la plateresca fachada.
Hoy querría haber entrado en el patio de escuelas, pero se me ha hecho tarde, y no quiero perderme el espectáculo que en breves momentos va a plasmarse en toda la ciudad, y que será tan efímero que hay que estar con todos los sentidos puestos en él. Dejaré para otro día la exquisita contemplación de sus arcos.
Entonces ocurre. El sol, en el ángulo exacto, hace incidir sobre la dorada piedra de todos los rincones sus últimos rayos, antes de que el horizonte, como ese hambriento oso antes de su hibernación, se coma la gigantesca fruta anaranjada.
Todo cambia en esta magia fulgurante e ignífuga que tiñe la ciudad de un rojo explosivo, casi de burdel. La cúpula de la Clerecía cambia su tono grana por un refulgente brillo que hace imaginar cómo sería su imponente figura antes de que el aire oxigenado y la lluvia hicieron de ella lo que es hoy en día.
Pero he de darme prisa, pues el milagro es fugaz y el objetivo de mi paseo no está demasiado lejos. Giro a la derecha dejando a mi espalda la elevada cúpula y camino unos pocos pasos más antes de detenerme, extasiado ante la sublime belleza que brinda la plaza de Anaya, custodiada por el ciclópeo edificio catedralino. Toda la plaza está en llamas sin fuego, ardiendo entre las sombras que brindan tantos arbotantes, torres y cúpulas, mezcladas en una armonía asombrosa. Respiro profundo y cierro los ojos para que el impacto de la hermosísima visión sea aun mayor y la estratagema surte el efecto deseado.
El dios helio desaparece casi por completo en el horizonte y lo único que continua ardiendo es la catedral y su torre, como un gigantesco faro que anunciara a los caminantes perdidos en la inmensidad del mar vegetal que rodea la ciudad, que las sombras están cercándolo todo y que hay que darse prisa. Me acerco a la torre perdiendo la perspectiva de su tamaño y de los detalles de sus alturas, antes demasiado lejanos para ser observados y ahora demasiado inaccesibles, perdidos en el plano picado inverso de sus pies.
Me acerco a la fría roca y la toco, esperando impregnarme con este gesto diminuto y más lleno de fantasía y esperanza que de reales consecuencias, con la hechizante magia que acabo de contemplar, y ser, aunque sea por un instante, etéreo y a la vez eterno en la ciudad en la que vivo.
David García Cerdán. 31 de octubre de 2007

2 comentarios:

Garbanzos dijo...

querido David , estás hecho todo un escritor.
Sabia que te gustaba muchisimo Salamanca , y has sacado todo lo que esa ciudad te inspira.
me alegra verte centrado y feliz
Te quiero muchisimo ya lo sabes
un beso muy muy fuerte

Anónimo dijo...

LIBRA

Hola David!! me alegra que te animases a escribir nuevamente, pues, como te dije un día lo haces muy bien, tienes madera para escribir y a mi me satisface.

Te digo, que a colación de este relato que le dedicas a tu Salamanca querida, espero que todas esas cosas que a ti te inspira; bueno algunas de ellas claro, me produzca a mí la misma sensación los días 7,8 y 9 de diciembre. Pues, por fín he conseguido hace unas semanas reservar un hotel para mis amigas y yo . No tenía pensado decírtelo de momento, ya ves, este relato me ha venido más que planchado. ( !!!espero poder verte !!! )

Bueno, ya estoy algo nerviosa!! p.q.el lunes me quedo de vacaciones para preparar el viaje del crucero que te había comentado nos vamos el día 10 de este mes y a una semana vista los nervios empiezan a florecer a este largo viaje.
Espero venir cargada de muchas cosas para contarte.

No dejes de escribir.

Un beso para tí y tu madre.